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Las cuatro dimensiones de un buen programa de inversión (parte 4 y final)

Concluyo en esta entrega mi conversación con ustedes sobre los cuatro elementos o dimensiones que toda familia o persona debe considerar al evaluar una posible inversión.


Hemos visto cómo la LIQUIDEZ es fundamental, cómo los COSTOS visibles e invisibles afectan a nuestros resultados y cómo el RIESGO siempre está presente y cómo es necesario manejarlo. He dejado de última a la dimensión que -lamentablemente- muchas personas ven de primera y única : la RENTABILIDAD.


Evidentemente, todo invertimos con la expectativa de obtener buenos retornos, pero de qué nos sirve una inversión por más rentable que ella sea, si no es posible reconvertirla en efectivo fácilmente en un momento de necesidad, o si los costos que implica su gestión se comen buena parte de las ganancias o , si debido a las frecuentes y amplias fluctuaciones de su valor, no logramos saber realmente si es sano y adecuado que mantengamos esa inversión, al no saber si podemos contar con ella en caso de necesidad.


Pero, aclarado ya que esas variables deben ser tomadas muy en cuenta, viene la pregunta ¿a qué debemos aspirar en materia de rentabilidad? Nuevamente, todo hay que verlo con cautela y atención, ya que la respuesta no es única y de aplicación general.


Por lo mínimo, toda inversión debe poder dejarnos unas ganancias netas (es decir, descontados los costos asociados) que sean superiores a la inflación monetaria del período en que estuvo en nuestro poder. Aclaro que la palabra inversión se aplica aquí tanto a un activo en particular, como a un portafolio de diferentes activos. La rentabilidad mínima que debemos esperar es la tasa de inflación. Si nuestra inversión no le gana a la inflación, el dinero comprometido ahí pierde poder de compra, es decir vale menos. Existen situaciones en las que una persona puede conformarse con rendimientos menores a la inflación, pero en este caso no está invirtiendo realmente; está cuando mucho ahorrando y dándole mucha importancia a tener una disponibilidad (liquidez) grande.


Más allá de la inflación esperada, la rentabilidad a la que diferentes personas pueden aspirar dependerá de sus circunstancias individuales. En efecto, una persona joven, en plena edad productiva, con un empleo estable y muy bajas cargas familiares, en buena salud y con una educación y con buena autoestima, será muy diferente de una persona entrada en años, sin ingresos predecibles, con cargas familiares y salud en vías de deterioro. El contexto donde esas personas viven también hará una diferencia al momento de definir un nivel de rentabilidad esperado, siendo diferente en países políticamente inestables o subdesarrollados versus otros más estables.


En general, como se ha dicho, la rentabilidad a la que debemos aspirar está relacionada con la capacidad de soportar los vaivenes de los mercados financieros, ya que a mayor rentabilidad en el largo plazo también se asocia mayor volatilidad. Es interesante ver la historia graficada de los diferentes tipos o clases de activos a lo largo del tiempo. Esa comparación nos va a decir mucho sobre los niveles de rendimiento que podemos visualizar como posibles y alcanzables. Pero eso es materia de la próxima entrega.

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